El Señor es la Vid, y los creyentes son los pámpanos. Así que cuando se menciona “la vid”, debemos pensar en el Señor Jesús, y cuando se menciona “los pámpanos” debemos pensar en nosotros mismos. A través de la vid y los pámpanos podemos aprender unas verdades hermosas acerca de la vida cristiana.
• La vid y los pámpanos son uno.
Comparten una vida. La misma vida, o sea la savia que fluye por la vid, también fluye por los pámpanos. Vemos por medio de esto que nuestra unión con Cristo es una unión viviente. Compartimos una vida.
• El pámpano está en la vid.
Al mirar la vid y sus pámpanos, vemos que el pámpano está en la vid. Esto nos enseña que nosotros estamos en Cristo. Ya hemos aprendido esta gran verdad, que estamos en Cristo, pero ahora vemos que estamos unidos a Él en una relación viviente.
No siempre estábamos en Cristo. Antes de confiar en Cristo como nuestro Salvador, estuvimos en la familia pecaminosa de Adán. Estábamos en Adán. Compartíamos su vida y teníamos su naturaleza.
¿Qué sucedió cuando fuimos salvos? Dios nos sacó de Adán y nos puso en Cristo. Fuimos cortados de Adán e injertados en Cristo.
Injertar un pámpano significa quitarlo de una vid y fijarlo en otra. El pámpano es cortado de la vieja vid. Luego se le hace un corte a la nueva vid, y el pámpano se injerta en el lugar y se fija de manera segura. Pronto sucede algo maravilloso. La vida de la vid nueva empieza a fluir a través del pámpano. El pámpano empieza a compartir la vida de la nueva vid y empieza a producir su fruto.
A través de esto podemos ver que lo que Dios hizo para nosotros es maravilloso. Dios nos sacó de Adán y nos “injertó” en Cristo.
Mas por él [Dios], estáis vosotros en Cristo Jesús . . . (1 Corintios 1:30).
Ahora estamos unidos al Señor Jesucristo de manera viviente. Él es nuestra Vid y nosotros somos pámpanos vivientes en Él. Compartimos Su vida. La Biblia dice que somos participantes de la naturaleza divina [la vida de Cristo] (2 Pedro 1;4)
• La vid está en los pámpanos.
No sólo está el pámpano en la vid, sino que la misma vida de la vid, la savia, está en el pámpano. Esto es lo que mantiene con vida al pámpano y hace que produzca fruto.
Esto nos enseña que no sólo estamos en Cristo, sino que Cristo está en nosotros. Tenemos la misma vida de Cristo en nosotros.
El secreto de la vida cristiana
El secreto de la vida cristiana es que Cristo está en mi vida. Cristo no está fuera de mí como mi Ayudador; Él vive en mí. El apóstol Pablo dijo:
Porque para mí el vivir es Cristo [Su vida en mí] . . . (Filipenses 1:21).
Pablo no dijo: “Estoy tratando de imitar a Cristo”. No dijo: “Voy a hacer lo mejor que pueda y le voy a pedir al Señor que me ayude”. Más bien, él dijo: Porque para mí el vivir es Cristo [Su vida en mí]. Cristo no desea ser sólo mi Ayudador, sino que desea ser mi misma vida.
Si vemos un pámpano lleno de hermosas uvas, podríamos preguntarle al pámpano: “¿Cómo lograste tener tanto fruto? ¿Cuál es tu secreto?” Si el pámpano pudiera hablar, diría: “El secreto es que la vida de la vid fluye en mí. Todo lo que necesito está en la vid. Dependo de la vid para todo”.
El Señor Jesús desea que todos aprendamos una lección en cuanto a la vid y los pámpanos. Él es nuestra “Vid” y nosotros, Sus “pámpanos”, estamos en El. Todo lo que necesitamos está en Cristo y nosotros tenemos Su vida f luyendo en nosotros.
Cómo vivir la vida Cristocéntrica
El apóstol Pablo fue uno de lo cristianos más victoriosos que haya vivido, y él ha compartido con nosotros el secreto de su vida victoriosa. Pablo dijo:
Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí
(Gálatas 2:20).
(Gálatas 2:20).
Cómo vivir la vida Cristocéntrica
El apóstol Pablo fue uno de lo cristianos más victoriosos que haya vivido, y él ha compartido con nosotros el secreto de su vida victoriosa. Pablo dijo:
Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí
(Gálatas 2:20).
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